Una de las cosas buenas que trae el tener un boletín especializado en un tema como es este (frente a otros más personales, como es mi boletín paralelo), es que permite una reciprocidad con los lectores que puede llevar a que una entrada cobre vida casi por si misma. Esto es lo que ha ocurrido con esta que comienzas a leer ahora: en el chat disponible en Substack, y que puedes leer si entras como miembro registrado o a través de la aplicación, enlacé hace unos días a un vídeo en el que se hablaba de la nueva moda «modesta» que se empieza a ver a nuestro alrededor. Esta moda se puede ver como un retroceso y como una consecuencia de del mundo político actual y, aunque podría dar para una entrada propia, Miguel de Mapas Milhaud respondió con un comentario/petición que me resultó interesante, así que aquí vamos.
El dialelo
Que la moda puede estar muy cercana a los círculos de poder, como bien comentaba Miguel, es real, que creemos siempre que surge de la calle y no es así, da para un poco más de discusión. El quién crea la moda y cuanto de poder tiene en nuestras vidas es un dialelo de manual: dialelo es lo que en griego viene a significar círculo vicioso y que nosotros hemos venido en resumir en «qué fue antes, la gallina o el huevo». Para entender porqué la moda es un círculo y en qué situación nos encontramos debemos que tener en cuenta su historia y el surgimiento del fast fashion y las redes sociales. Un primer mito que hay que desterrar es que, en la antigüedad, pongamos época victoriana, por ejemplo, la moda tardaba décadas en cambiar y que lo de ahora es extremadamente inusual. Lo cierto es que, si comenzáis a indagar en la historia de la moda o, más sencillamente, en el trabajo de aquellos que realizan piezas de recreación textil, os daréis cuenta de en el plazo de una década se daban muchos cambios sutiles.
Si nos parece que los cambios eran mucho menores es porque, inevitablemente, el paso del tiempo hace que nos quedemos con lo más extravagante y lo que más se considera estéticamente bello a ojos modernos. En el caso concreto de España, pensamos mucho en la moda francesa, tanto en la antigua como en la de las últimas décadas y esto viene por la razón principal de todo esto: no hay creatividad que soporte todo el cambio de la moda de un año a otro o de una década a otra. Tenemos que mirar que es lo que hacen los más cercanos y adaptarlo para crear nueva moda, y esto en nuestro caso es Francia. Para demostrar esto a la inversa podemos fijarnos en los trajes que aquí os muestro y veréis algo aplicable a todos que es la combinación de dos colores muy diferentes entre sí.


Esta combinación era lo habitual en España en la baja Edad Media, especialmente entre las clases populares, ¿y por qué digo que era lo habitual? Porque, a pesar de tener raíces españolas y cierta influencia italiana, solo fue considerada moda cuando las cortes de otros países fueron conscientes de ese tipo de sacos o trajes y se puso, ahí sí, de moda en zonas de Holanda, Bélgica y Francia. En este pequeño ejemplo se puede ver la combinación de factores: una clase popular que hace lo que puede con lo que tiene (diferentes colores poco nobles de lino y algodón), una clase pudiente que viaja y observa y una concepción de moda basada en lo exótico.
Un viaje costoso por lo exótico
Esta moda basada en lo exótico es la raíz de todo, como en cualquiera otra área, en la moda existían y existen genios creativos, pero son escasos y ellos mismos no podrían soportar el ritmo de cambio. Antes y durante parte de esta Edad Media, lo exótico estaba más cerca, una ciudad más allá, una región más allá, un Al Andalus por no irnos tan lejos. A medida que nuestra capacidad de viajar mejoró, lo exótico estaba siempre un pasito más allá, las ciudades se convirtieron en países, los países en zonas de continentes y estas en el otro lado del mundo. Llegó un momento en que Europa tenía demasiado de sí misma, y comenzó la fiebre por lo asiático y lo africano y la moda textil, como no, se benefició también de esta influencia. La explicación es sencilla, a falta de un genio del diseño de moda en cada esquina, lo más apropiado era tomar elementos de otra sociedad y adaptarlos a nuestro gusto para crear la moda de este año, lustro o década.
¿Y dónde quedan las instituciones de poder? Precisamente en esas clases pudientes que son las que se podían permitir viajar, escoger aquello acorde a sus gustos (que podían o no, coincidir con los de las clases trabajadoras) y decidir si se llevaban esa moda de vuelta. Lo cierto es que esto, hasta cierto punto, se mantuvo cuando se profesionalizó el mundo de la moda, y en las últimas décadas hemos tenido la figura del cazador de tendencias. Este cazador no es ya un noble de la corte, pero es alguien a quien le pagan lo suficientemente bien desde firmas de moda que facturan millones como para cruzar al otro lado del mundo (Tokio siendo la opción popular) «simplemente» a observar la moda y escoger qué puede funcionar en su país de origen, ese en el que viven los clientes millonarios de su empleador.
Este proceso en las últimas décadas del siglo XX estaba bastante estandarizado, en un verano cualquiera en Tokio, un cazatendencias observaba e indagaba la moda incipiente de la zona, escogía algunas ideas que podían ser de aplicación para lo que encajara con el estilo original del diseñador de alta costura para el que trabajaba y lo llevaba de vuelta. Durante un año, o incluso dos, esa colección se preparaba y se lanzaba en las grandes pasarelas y es aquí donde la «gente de la calle» decidía qué adaptaba a su manera y qué dejaba pasar como extravagancia de rico. Esta forma de adaptar la moda por las clases medias se convierte asimismo en una inspiración para que los diseñadores le den el estatus de moda y creen versiones que puedan gustar al más pudiente. He aquí nuestro dialelo. Al menos, una versión muy simplificada y generalizada de ella1.
El presente de las tendencias
¿Y por qué hablo de las últimas décadas del siglo XX y no del mundo actual? Pues porque el ecosistema ha cambiado con la globalización, la presencia de internet y la moda rápida. Hay algo que sigue existiendo, que son los genios del diseño, y con ellos se generan modas muy interesantes, pero ya no existe la posibilidad de que una moda en la otra punta del mundo aguarde un año antes de que aquí nos enteremos de su existencia. El mundo de los viajes mejora considerablemente en los años 90 y a comienzos de los 2000 con la implantación de una tarifa asequible de internet comienzan a crearse los primeros blogs y páginas de tendencias. The Sartorialist surge en 2005, por esa época se crea también Tokyo Fashion y una serie de blogs similares y comenzamos a ver en tiempo real lo que es moda en otros lugares a los que ya no necesitamos viajar. Solo una minoría al principio, pero esta crece poco a poco, los cazadores de tendencias empiezan a pasarlo mal y de repente ya casi no existe lo exótico. No de la manera en que la moda lo necesita. La ventaja del tiempo que tenía se ha esfumado porque, también en lo del vestir, todo va demasiado rápido.

Si en algún momento tienes la sensación de que hace un par de décadas que todo el mundo va igual, por un lado, hay un sesgo de aquí y ahora que solo se puede superar cuando pase un tiempo, pero por otro existe una cierta razón en esa sensación. Hay, además, diferencias en la forma de vestir entre clases que van más allá de la moda y que se pueden ver en los tipos de tejidos y los tipos de colores2. Antiguamente esto estaba delimitado por ciertas normas y por dinero, principalmente, y aunque durante una época creímos que esto se había democratizado, lo cierto es que esa diferencia entre clases cada vez es más real y reconocida por todos nosotros. Cuando todos vestimos tan similares, los que pertenecen a un mismo grupo afinan su ojo para reconocerse entre sí, ya sea por dinero o por afinidad de tribu. Cuando todos vestimos tan similares, es más sencillo que se empiece a colar la ideología política en la forma de vestir, un escote más cerrado, una falda más larga y «nadie» se percatará. El noble ya no va de viaje exótico, pero las estructuras de poder siguen intentando hacer lo suyo. A todo esto es a lo que nos ha llevado la prisa por ir a la moda.
Existen numerosas personas en redes que comienzan a abrirse un camino hablando de la sostenibilidad de la moda o más bien, de la insostenibilidad de comprar prendas por pocos euros realizadas en países en vías de desarrollo y que solo aguantan tres lavados. Tengo mis dudas de si estas pequeñas campañas serán exitosas porque creo que esto va más allá de la moda y se ha asentado en el FOMO que tiene toda una sociedad, algo que, además, se escapa de las costuras de esta newsletter3. Sí creo, que la combinación de los divulgadores de la moda sostenible puede conseguir algo en colaboración con los artesanos y los divulgadores del vivir lento. Sí creo que el hecho de que ciertas generaciones hayan olvidado cómo se hace ropa en casa ha dado más poder a la moda rápida viéndose atrapados en la incapacidad de hacerse con prendas que no cuesten dinero y dolor al planeta. Sobre lo sostenible del mundo textil permitidme que os hable otro día.
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Estudié historia de la moda hace 15 años y, sorprendentemente, no fue mi asignatura favorita, pero las ramificaciones de cada época y región se escapan de todo esto, de ahí lo simple de esta entrada.
Lo de las elecciones en tejido y color es algo que volverá a aparecer porque me fascina su relación con las clases sociales y con la artesanía.
Estos temas son frecuentes en mi otro boletín Un martes cualquiera, por si quieres profundizar en ellos.
Lo incluyo en el diario de Substack en español?
Me alegra mucho que tomases la idea y escribieras este fantástico artículo. Había algunas cosas que sospechaba, pero muchísimo que desconocía.
¡Muchas gracias!